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viernes, 29 de abril de 2011

PATTI SMITH, ENTRE LAS PERSONAS MAS INFLUYENTES DEL MUNDO




Power to the people

El ex ejecutivo de Google, Wael Ghonim, está en el puesto número 1 de las personas más influyentes del planeta. En el número 100 está Patti Smith. Rocanrolnnnn.









Por Federico Lisica

”Siempre me pregunté por qué en 1976 Patti Smith no estuvo en la portada de la revista Time”, escribe Michael Stipe en su texto homenaje a la artista que –en una suerte de reivindicación según el cantante de REM– es considerada una de las personas más influyentes del mundo según la elección de la publicación estadounidense dada a conocer la semana pasada. En parte, la mención de la rockera-poetisa se debe a su libro Eramos unos niños, las memorias sobre su relación con el fotógrafo Robert Mapplethorpe. “Patti, a sus 64, nos recuerda la inocencia, los ideales utópicos, la belleza de la revuelta como una estrella que guía el viaje del ser humano”, dice Stipe, quien no duda en calificar esta era como de “grandes cambios” y mucho “más cínica” que la de treinta y cinco años atrás. Eran años en los que Patti escribía, componía y brillaba en las instantáneas de su amigo y de otros grandes de la fotografía como Annie Leibowitz. La muchacha nunca dejó de hacerlo. Tan parecida en su anatomía y pose a Charly García, en los sueños de esa generación y en la forma de representarlos. Tan distintos en el ahora que mejor no ahondar demasiado en la comparación.

No se señalará aquí lo arbitrario, correcto, más o menos sesgado, o imperial de la elección de Time. Mejor suspender, al menos por este párrafo, el cinismo al que hacía mención Stipe. Dejemos que la ironía con anteojos de CQC destripe si Lionel Messi merece estar en el puesto 87 justo por debajo de Barack Obama. Patti Smith justamente ocupa el número 100 –número mucho más icónico que el 78 para Sting–. ¿Por qué? Ese último lugar establece un link muy directo con el primero ocupado por Wael Ghonim. ¿Quién? El ejecutivo de Google y cara visible de la rebelión egipcia que terminó con el derrocamiento del dictador Hosni Mubarak en febrero. La lista, y aquí no hay nada ingenuo, está poblada de otros referentes del levantamiento arábigo, como Hamada Ben Amor, un rapero tunecino de 21 años, conocido como el Général, cuya canción Raise Lebled se volvió, según Time, “la inspiración del levantamiento contra el presidente Abidine Ben Ali”.

Así que entre Smith y Ghonim sobrevuela el espíritu de People Have the Power, canción que compusiera junto a su esposo Fred “Sonic” Smith en los conservadores ‘80 y publicada en Dream of Life. Hay algo movilizante, real e “infantil” en ese himno. Igual que en lo realizado por Ghonim, un veinteañero que habló de “la revolución 2.0” y cuya cuenta en Facebook sirvió para que los jóvenes actúen en forma coordinada. Obviamente no es lo mismo un poema que los usos en los que se desenvuelve el poder, y la misma Smith nos da una lección en su tema. Se despertó soñando un sueño que de tan bello y hermoso la hizo llorar: “La gente tiene el poder”.

CLDSCP APUESTA AL MINIMALISMO PARA PODER GRABAR



Sueños de príncipe azul

El flamante disco Niños azules es el corolario de una búsqueda que entrelaza a Radiohead con el charango, con el noise y el beatbox con el minimalismo industrial.





Por Luis Paz

”Un niño comienza a conocer, experimentar y enfrentar el mundo. Recorre, aprende, descubre; atravesando lugares fascinantes y encontrando a una compañera ideal: una niña pequeña y frágil. Juntos, ya no estarán solos en un mundo tan grande: ¡la aventura será aún más atrapante!” Esta es parte de la sinopsis de Calidoscopio, la obra de títeres que el Grupo Kukla presenta los sábados y domingos de abril en el Centro Cultural de la Cooperación, a las 16.30. La banda Cldscp no tiene nada que ver con los títeres, pero es curioso que ese párrafo sirva también para una presentación de esta banda de Lomas de Zamora. En el caso de este dúo se trate de dos varones: Leopoldo de Sarro y Andrés Andinach acaban de publicar en casete y en formato digital su obra número once, Niños azules, corolario de una búsqueda que entrelaza a Radiohead con el sonido ambiente de una eventual Area de Pruebas de una fábrica de fichines, al charango con el noise y al beatbox con el minimalismo industrial.

“No podríamos haber hecho un disco de cinco lucas”, admite Andy. “Las opciones eran adaptarnos a nuestro presupuesto o sacar un disco cada diez años.” Eligieron la que está a la vista: hacer canciones desde un charango que había colgado en una pared y vestirlas de programaciones y un aura noise prefabricado con sonidos de juguetes (el Micky Mouse Talking Phone tiene un lugar central en My Last Field) que reutilizaron como instrumentos. “Muchos hicieron la diferencia por el acceso a instrumentos o tecnologías que no tenían todos: Lebon con sus guitarras y amplificadores en Seru Giran o los Victoria Mil, que fueron los primeros en tener lo necesario para hacer remixes en los ‘90. Nosotros hacemos la diferencia por el opuesto, por no contar con equipo”, define y defiende Andrés. Y aunque parezca norma para el under, dice Leopoldo que “si te fijás, ya no hay bandas como Flema en los ‘90, que tocaban con instrumentos falopa. Cualquier banda del indie que más o menos esté tocando seguido está medianamente bien equipada”.

Menso Freak Folk, My Last Field y Niños azules son las puertas más cercanas de acceso a su música, un prisma de once caras que se completa con una buena cantidad de EP y discos grabados en un fin de semana. “Con Internet, la dinámica es otra: grabás cinco temás, los subís, y en la red eso ya es un disco. Sin embargo, Niños azules está pensado como álbum”, explica Andy, la mitad (más) experimental, sentado a la mesa con Leopo, la mitad (más) cancionera del dúo. Leopo: “No hay que caretear nada, porque cuando tu única propuesta artística es tu economía, luego quedás en bolas”.

La utilización de los juguetes, en todo caso, es más un recurso que un paradigma estético. “Nos encanta ese costado bizarro, desde lo berreta, que tienen los juguetes chinos: hay como una industria de lo insignificante que es muy rica”, se copa Leopoldo. Y antes de cerrar, Andy aclara: “Es infantil, pero tiene que ver con nuestra infancia, no con la actual. Mickey o los G.I. Joe fueron grossos para nosotros, pero ahora los pibes están con la XBox. No nos basamos en que todo tiempo pasado haya sido mejor, nos parece bien que cada infancia se adapte a su época. Pero, en un punto, la música de Cldscp es madura: un niño no entiende de qué se trata, pero la música infantil hoy es Green Day, AC/DC, los Jonas Brothers y el reggaetón”. Sin embargo, tienen al menos una gran canción infantil: Dios, una suerte de Oye niño en clave 2011 en la que proponen “usar tu bronca para crecer”.

ROGER (SEBASTIAN CARDERO), EX LOS PIOJOS, CUENTA SOBRE EL VUELO DE LA GRULLA





“Yo nunca dije la verdad”

El ex baterista de Los Piojos cuenta cómo fue su visión sobre el final de la banda y el rol de sus ex compañeros después de la muerte de Tavo. Rutina nueva, proyecto nuevo en ciernes.









Por Lucas Kuperman

”La grulla es un animal muy poderoso, fiel con los compañeros. Transmite fidelidad, y tiene mucho poder, mucha fuerza. Hay un símbolo japonés de una grulla peleando contra un tigre, y gana la grulla. Lo ves tan pacífico y es un animal muy fuerte”, explica Sebastián Cardero, más conocido como Roger, desde su etapa tras los parches piojosos. Y continúa: “Leímos que la grulla emigra todos los años de Alaska al Polo Sur, sin bajar, vuela de un solo tramo, y se nos vino a la mente el poder que tiene y lo empezamos a enroscar diciendo que estoy migrando de un palo al otro. Lo mismo que los chicos que tocaban en Audire. Estamos volando de un lugar a otro totalmente, a hacer otra cosa, a cambiar de hábitos, de vida. De tocar en una banda grande a hacer un cambio en mi vida, volver de vuelta a pelearla. Nos pareció que el nombre iba bárbaro”, sentencia el baterista.

Roger es un tipo sencillo, simpático, desenvuelto, y con esa humildad explica que la idea de juntarse a tocar con Fernando, su hermano, surgió hace años, pero que los tiempos que le dejaban Los Piojos no alcanzaban. Esto a Roger le generó vértigo, ya que por un lado la necesidad de tocar y de no separar una parte de la banda estaba latente, pero por el otro sentía que era una cuestión de amistad y no un sentimiento real por generar música. “Me costó darme cuenta de eso. Fue una decisión jodida, porque con Tavo somos muy amigos, por no decir fuimos, somos muy amigos. Es difícil enfrentar ese pensamiento, decir: ‘Loco, me bajo de esto para ver qué quiero hacer’.”

El batero cuenta que en febrero lo llamó Guillermo Cudmani (cantante y guitarrista de El Vuelo de la Grulla) para hacer un trabajo de sesión para un músico del exterior. Cuando terminaban los ensayos para ese laburo, de los que también participaba Fernando Cardero, se quedaban zapando y comenzaron a surgir distintas ideas, hasta que decidieron darle forma, y armar una banda.

“Me fui a lo de Pablo Romero (guitarrista y cantante de Arbol) con el demo y se lo mostré. Me preguntó qué quería hacer, y le dije que yo era baterista, que no era frontman, ni nada por el estilo. Ahí me dijo que me iba a ayudar, y seleccionó cuatro temas del demo para que los laburemos.”

Así comenzaron a grabar su debut discográfico, aún sin nombre, en el estudio del guitarrista, contando con la ayuda de Piti, Tavo, Diego Arnedo, Pablo Romero y muchos músicos amigos que colaboraron grabando, y facilitando equipos e instrumentos.

–¿Cómo modificás la cabeza cuando pasás de tocar para 70 mil personas, a tocar para trescientas?

–Disfruto haber vivido lo que viví, y de tratar de utilizar todo lo que aprendí en esa etapa para llevarlo a cabo en ésta. No es volver a empezar, tengo otra edad, otra cabeza y otras cosas vividas. Yo tuve la posibilidad, dentro de la Argentina, de haber sido uno de los músicos que más gente haya metido en un estadio con su banda. Ojalá esas cosas las pueda vivir de vuelta. Lo mismo decíamos con Piti, son cosas que ya viví, y sé que eso va a llevar un tiempo. Voy a hacer todo lo posible, con lo que aprendí, para poder lograrlo y tratar de equivocarme lo menos posible.

El músico cuenta que armó un perfil en Facebook para empezar a tener contacto con la gente, porque muchos querían saber qué estaba haciendo, ya que habían pasado casi dos años desde la separación de Los Piojos y, hasta el momento, él se había “guardado”.

–¿Cómo se dio la ruptura con Los Piojos?

–No fue un parate, como se había dicho, sino una ruptura. Fue un mensaje mal dado a la gente. Hoy ya lo digo y tengo mensajes de gente que dice: “Gracias por decir la verdad”. Yo nunca dije la verdad porque no salí a decir nada. Fue un mensaje mal dado de una persona, y no estuvimos todos de acuerdo con eso. No salgo a hablar, ni a decir cosas malas porque respeto mucho al público, que me trató bien desde el momento cero. Estoy inmensamente agradecido de todos los años que viví en la banda. Fui parte de esa familia piojosa que fue increíble, creció día a día y la respeto hasta el día de hoy. Esto tiene que ver con cosas que van a quedar en la banda y respeto quien las dice y quien no las quiere salir a decir, pero no me parece mentir. A la gente le digo que Los Piojos no pararon, se separaron. Lo que se salió a decir no fue lo que realmente pasó. Aclaro, pero no comparto ni me involucro en que la carta que se difundió no está escrita por todos Los Piojos. Fue una decisión tomada por toda la banda, en la cual se separó, no tomó distancia. Por algo se tocó en River, si no, hubiéramos tocado en el Buenos Aires, como estaba planificado. Los Piojos no van a volver a ser nunca lo que fueron, Tavo era una pieza fundamental de la banda.

–¿No creés que con tantas declaraciones cruzadas, que ventilaron internas de la banda, traicionaron el manejo que habían realizado durante 20 años, de que todo quedaba ahí? Uno decía Los Piojos y se le venía a la cabeza la banda de amigos que logró llegar.

–Cada uno tiene que salir a decir lo que quiere decir. Los Piojos se separaron porque pasó eso, había dejado de ser esa gran banda de amigos. Se perdieron algunos códigos desde ese lugar. La gente crece, toma otros rumbos, cambian sus prioridades, las necesidades, y ya no es la banda de los pibes de los 18 años, es la banda de tipos de 35 años, con familia, sus vidas y un montón de intereses. Ahí la banda no llega a ser lo mismo que era antes. No me gusta jugar con los sentimientos de la gente, y mucho más con esto. Son cosas que están claras, tanto para mí como para la gente. El día que tocamos en Groove estaba muy claro de qué lado estaba una parte de la banda y la otra. Dejó de ser tan importante la banda de amigos, y ahí fue cuando dijimos: “Los Piojos no se tocan”. Cuando se quiso tocar a Los Piojos, toda la banda se separó. Cuando estuvo la posibilidad de que dejaran de ser lo que fueron, se separó. Para que no se perdiera lo que generaba Los Piojos, lo dejamos. Yo creo que Los Piojos van a seguir siendo Los Piojos, porque se separaron.

–Después del accidente de Tavo, ¿no surgió la idea de juntarse, por lo menos a modo de homenaje? O para ayudar a la familia con lo recaudado.

–No. No hubo nada, sólo contacto visual cuando nos vimos. Nada de nada, cero respuesta. Había salido un rumor de juntarnos, pero yo no me enteré de eso. La gente se autoconvoca, y eso está bien para mí. Si les hace bien, está bien. No quiero que se engañen y les haga mal. La realidad es más dura de lo que se cree a veces, por eso no hablo tanto. Eso quiero tratar de guardármelo para mí y para mi psicólogo (risas).

La canción a su amigo

“No había compuesto letras en Los Piojos. Sí la parte musical y rítmica de la canción. Pero a nivel letras, no soy un buen poeta, y no me sale. Cuando fue la muerte de Tavo, Fer y Guille me preguntaron si no quería que trabajáramos una letra sobre él. Fue muy natural de parte mía escribirla, y fue un gran desahogo, porque estaba con muchas ganas de buscarle la vuelta de rosca para meterlo en el disco. No lo pude tener grabando, pero necesitaba tenerlo ahí. Me parece que quedó un temazo con una velocidad increíble. Espero que lo que puse ahí llegue a los que hayan conocido a Tavo.

–Está buena la vuelta de rosca de no haber hecho la típica balada melancólica y hacer algo con mucho power.

–Tavo era un tipo melancólico, era un tanguero, tenía amigos de 70 años, por eso le puse Chico viejo. Era coleccionista, tenía antigüedades, le gustaba tener las revistas El Gráfico y todo ese tipo de cosas, discos de todo tipo. Para melancólico lo tenía a él. Yo no soy eso. Hoy por hoy, soy El Vuelo de la Grulla y lo quiero tener plasmado en lo que soy. Ponerlo en la velocidad que estoy. Me gusta tenerlo presente en el disco.

Chico Viejo

Con su alma en Sudestada y su
manera de actuar.
Chico izquierdo, chico viejo, no te
puedo encontrar.
Ya no estás, no estás.
La marea que te aleja hasta otro
lugar.
Donde no puedo encontrarte,
donde no puedo estar.
Te veré...
Un espejismo postal del sueño que
acabó.
Un artificio virtual se tornó una obsesión.
Te recuerdo.
Una vez soñé que tu cara estaba
presente.
Te veré...
Un espejismo postal del sueño que acabó.
Un artificio virtual se torna una obsesión.
Te recuerdo.


LUCIANO SUPERVIELLE HABLA DE RÊVERIE, GRABADO ENTRE EL TEATRO SOLIS Y EL ESTUDIO







“Busco nuevas maneras de componer”





El músico, productor, compositor y DJ uruguayo afirma que no puede entenderse su disco como un intento solista, ya que la colaboración con otros músicos de Bajofondo resultó crucial. Ahora se prepara para presentarlo en Capital y el interior.

Por Luis Paz

“¿Quién me dará, al menos una vez, de probar que quien tiene más de lo que precisa tener casi siempre se convence de que no tiene bastante, y habla de más por no tener nada que decir?” En 1986, la banda brasileña de rock Legiao Urbana, una de las más importantes de ese país, publicó su álbum Dois, que incluía esta pieza, tan precisa ahora para replantear la mirada sobre el reclamo de la comunidad qom, o, más bien, su cobertura periodística televisiva: ¿No hay nada más que decir, sólo que hay “indios” cortando la 9 de Julio? ¿Hasta dónde hay validez en quejarse de que “le quiten” a la ciudad una cuadra, con todas las cuadras que tiene Buenos Aires y todas las que les quitó la Nación Argentina? Para enfrentarse a estas preguntas no hace falta revisar bateas de CD usados ni viajar al Brasil. Basta con acceder a Rêverie, la nueva ensoñación del músico, productor, compositor y DJ Luciano Supervielle, en su segundo disco al frente compositivo de los músicos de Bajofondo, el combinado regional que comparte con Gustavo Santaolalla y Juan Campodónico, productores de Rêverie. En esta placa no sólo recupera aquella canción, también revisita el “No soy un extraño” de Charly García, la “Canción de muchacho” de Eduardo Darnauchans y el “Gritar” de Los Estómagos (ambos uruguayos). “No es el típico disco solista, porque no habría existido sin la colaboración” de una veintena de artistas del Cono Sur americano, explica Supervielle, que lo presentará el 17 y el 18 de junio en el ND/Ateneo (Paraguay 917) y también en Córdoba y Rosario.

Rêverie no es un disco en vivo, ni tampoco un álbum de estudio: “Es un híbrido. Como todo lo que hacemos con Bajofondo, el hecho de grabar estas canciones en directo en el Teatro Solís de Montevideo (el Colón uruguayo) y completarlas en estudio responde a la búsqueda de maneras nuevas de componer”, ubica Supervielle. El músico se entrega al piano para conducir un entramado de violines, bandoneones, guitarras, contrabajos, baterías y hasta un coro de niños. En ese marco, queda manifiesta una vez más la capacidad de mirada de producción de Santaolalla y Campodónico: son quince canciones basadas en frecuencias altas de piano, violín y bandoneón, que no resignan el sonido orgánico de los instrumentos acústicos ni la fuerza de las frecuencias graves. “Si bien este disco no tiene un lenguaje implícito de hip hop como tenía el anterior (Bajofondo presenta Supervielle), el groove y los graves son esenciales en mi formación musical”, recupera.

“Por otro lado, esa apertura tiene que ver con que mi instrumento es el piano y es el instrumento armónico por excelencia. Sin embargo, sostengo que la melodía es lo más importante: algo simple armónicamente, como la suma de dos acordes, puede generar una melodía excelente. Pero no es fácil hallar canciones mágicas que no tengan una melodía buena y sí mucho entramado armónico”, se toma el tiempo para aclarar. Es indudable la capacidad melódica de aquel “Indios”, en la voz de Luisa Pereira, una diseñadora gráfica “nerd de las computadoras” que no se dedica a la música. O la belleza de “Adonde van los pájaros”, corte del disco para el que el joven cantautor uruguayo Franny Glass desarrolló letra y voces: “Por favor, no hablemos del clima o el tránsito, estamos perdidos entre la ciudad y nuestra ansiedad”. Hay en esta canción otro “bajofondismo”: pudiendo haber lanzado como corte promocional la nueva versión de “Baldosas mojadas”, una canción que ya era conocida en manos de Bajofondo y que cuenta con la participación también musical de Santaolalla y Campodónico, Supervielle promociona este disco con un tema completado por un autor esencial de la nueva escena de cantautores del país vecino, pero desconocido fuera de él.

En tren de ensoñaciones (ése es el significado del afrancesado título), son las instrumentales las piezas que más facilitan ese estado embriagado que se ubica entre la vigilia y el dormir: “Forma”, “Toco wood” o el elocuente “Real y mágico”, concepto central de un disco que ya en esa manera de combinar la realidad de un show y la magia del estudio pretende atravesar un camino que está pavimentado en la conciencia y lleno de baches ofrecidos por el sub y el inconsciente, espacios de fuga de las sensaciones, los movimientos y las estructuras de la música popular latinoamericana.

En ese marco, “No soy un extraño” no es sólo un capricho: esta versión en francés, en la que Supervielle canta más allá de que no sea la tarea musical a la que mejor está acostumbrado, da la pauta de otro intento, tal vez inconsciente, por unificar la música moderna y urbana fundacional de la región con los orígenes biográficos y musicales europeos de Supervielle. “Amo a Gainsbourg, indudablemente es mi referente, sobre todo a la hora de componer música para películas o hacer arreglos de cuerdas. Melody Nelson es mi patrón”, admite este pianista que ya trabajó en bandas de sonido para El baño del Papa y La redota: una historia de Artigas, una de las piezas de la serie Libertadores que TVE produce para América latina. “Pero la elección de los covers también tiene que ver con homenajear a discos emblemáticos de nuestra música. Es el caso de Darnauchans, que es un referente para los autores de mi generación. Lo curioso es que para todos nosotros el Darno es un señor grande, pero acá aparece mediante el sample del vinilo en el que grabó la ‘Canción de muchacho’, que compuso a los 17 y grabó cuando tenía sólo 19 años”, sigue sorprendido Luciano.

Y si de sorpresas se trata, también están “Zizou” y “El príncipe”, dos piezas dedicadas a un par de ídolos futbolísticos de Supervielle: “Tanto en Zinedine Zidane como en Enzo Francescoli hay un costado extrafutbolístico que, a mi entender, aunque no pueda entenderse como arte, sí puede ser comparado con el arte. Hay una belleza artística en su visión de la cancha, en su comprensión del juego. Aunque no creo en un dios ni tengo creencias esotéricas, me considero muy espiritual y creo que hay que trabajar fuertemente sobre las emociones y el espíritu. La música los alimenta, el fútbol también, aunque ambos campos atraviesen una mercantilización que los afea bastante”.

miércoles, 27 de abril de 2011

EL DUO COPLANACU FESTEJA SUS 25 AñOS DE CARRERA CON EL CAMINO



El dúo santiagueño buscó –y consiguió– reflejar el espíritu de la ya legendaria Peña de los Copla. En dos CD y un DVD muestran lo mejor de su repertorio, enriquecido por un seleccionado de invitados que representan lo más interesante del folklore actual.





Por Karina Micheletto

Con 25 años de carrera transitada, el Dúo Coplanacu ha decidido celebrar con un lanzamiento acorde con las bodas de plata. Un disco triple (El camino), que tiene un formato de esos que ameritan las ocasiones especiales –un coqueto librito apaisado con despliegue de fotos y trabajado arte–, y que es de los que complican el orden en los estantes, pero hacen agradecer que haya gente que se preocupe por ofrecer en los discos algo más que lo que ya se puede bajar por Internet. Lo más importante, claro, está adentro: un recorrido por ese camino que Julio Paz y Roberto Cantos han sabido construir junto a diferentes laderos, y que ahora afirman junto a Omar Peralta en bandoneón y percusión y Julio Gutiérrez en violín. Completado, además, con un seleccionado de invitados que representan lo mejor del folklore actual.

Grabados en una multitudinaria actuación en el estadio La Vieja Usina de Córdoba, el DVD y un primer CD logran reflejar el espíritu de la ya clásica Peña de los Copla, esa cuya ausencia se notó este año en el Festival de Cosquín, y que cada tanto se reedita en distintos escenarios de Córdoba. Lo que se verifica en imágenes es eso que llama tanto la atención a quienes observan el fenómeno por primera vez, y que hace ganar comentarios como “¡Esto es rock and roll! ¡Al rock and roll le falta un poco de este folklore!”. Es que así responderá cualquiera de los hinchas incondicionales de los Copla. El entusiasmo con que un público en su mayoría joven y universitario dota a estos conciertos de mucho de ritual aparece en temas que en cierto modo definen a este grupo, como la zamba “Mientras bailas” (con coreografía y encendido coro del público) o “Peregrinos” (que es una canción lenta y provoca algo así como “el pogo más grande del folklore”, siempre con papelitos al viento), compuesto por Cantos. Qué es lo que ha hecho que temas con la sencillez folklórica de “El escondido”, de Andrés Chazarreta (o recopilado por él, nunca se sabrá), o de la boliviana “Tonada para Remedios” se transformen en himnos del repertorio, festejados como en cancha, forma parte del encanto con que este dúo ha puesto su sello en el folklore.

El segundo CD termina de situar al dúo santiagueño en un prestigio capitalizado en tiempo presente. Y si bien algunos temas como el muy santiagueño “Escondido de la Alabanza”, junto a Carabajales, refuerzan el concepto de la versión original, otros se presentan renovados en arreglos y forma. Como “Canción de fuego” (de Cantos), con Chango Spasiuk, o “La cruzadita”, con Melania Pérez, o “Retiro al norte”, con Raúl Barboza. Se destaca especialmente una dulce versión de “Mientras bailas”, con la bella voz de Verónica Condomí y el piano de Eduardo Spinassi. Alfredo Abalos, Raúl Carnota, Luis Salinas, Raly Barrionuevo, Horacio Banegas, Chango Farías Gómez, Helpidio Herrera, Los Manseros Santiagueños, Orozco-Barrientos, Arbolito, los chilenos Illapu, Diego Arnedo, que pone el bombo a “Salavina”, y La Chilinga, que aporta un multitudinario final con “Peregrinos”, son otros invitados. Feliz balance para este dúo que surgió con la primavera del folklore de los ’80, sobrevivió al de los ’90 con una propuesta autogestiva contra la corriente y se afirma hoy como un clásico.

JORGE CUMBO EN BUENOS AIRES.



“Quiero respirar esta cultura”



Esta noche, en La Plata, el notable aerofonista preferirá concentrarse en canciones que nunca sonaron aquí antes que en el material de Cien viejos caballos, disco que registró con el aporte virtual de músicos espontáneos de todo el mundo.

Por Cristian Vitale

“No me fui a comer ostras en París, me fui porque ya no tenía cómo pagar el teléfono ni la luz”, comienza Jorge Cumbo. Tal vez sea una causa contundente, pero no suficiente, para explicar por qué este eximio aerofonista argentino nacido en 1942 orientó su derrotero nómade hacia más allá del océano Atlántico. Podría pensarse también en una demanda estética que, dados los patrones culturales del momento, no encontraba su hueco en la escena mainstream de la música popular argentina. “Sí, asumo que la música que hago no es para nada comercial, que no es vendible. Me es difícil poder establecerme como un producto porque trabajo con cosas que no son las usuales... busco la libertad, y la libertad se paga carísima”, sigue él, en un intento por redondear el concepto. Es nítido: en cualquier mojón de su carrera en que uno se pare para revisarlo, Cumbo es él y su libertad. Desde las épocas en que fundó y dirigió el Quinteto Vocal Tiempo, integró Los Incas, giró con Paul Simon, armó tríos con Lito Vitale y Lucho González o dúos con Manolo Juárez y Leo Maslíah, hasta todos sus trabajos discográficos (casi veinte, entre La nieve y el arco iris y Cien viejos caballos), Cumbo es un derroche de riesgo, de personalidad creativa. “Hace dos años me coloqué un desafío: ¿qué música puedo hacer yo sin tocar la quena? Me puse a hacer un disco pensando en una forma más libre, porque la quena es un instrumento que tiene sus límites”, explica sobre su último trabajo.

Cien viejos caballos es un disco editado en forma independiente y trabajado con una herramienta de interacción virtual que era ininteligible años atrás. Cumbo compuso varias piezas, grabó todas las bases y las desparramó por la web a varios músicos interesados en el proyecto, para esperar una devolución afín. “Es increíble... sin conocer siquiera sus caras, me conecté con gente de muchas partes del mundo, y se logró un CD”, se sorprende. Pero no es este trabajo el motivo por el cual el ex Urubamba retornó al país luego de cuatro años. Ni siquiera los tocará esta noche en el Ciudad Vieja de La Plata (17 y 71), cuando se presente bajo el nombre de Jorge Cumbo Cuarteto (Ana Archetti, Marco Archetti y Pablo Venegas), donde tiene pensado, al igual que anteanoche en Clásica y Moderna, recrear composiciones de todas sus etapas. “Voy a hacer muchas canciones que jamás he tocado aquí”, prevé. El motivo de su regreso parece ser más bien emocional. “Me está llegando el momento en que quiero volver a mi país, porque estoy un poco cansado de estar todo el tiempo con el pasaporte en la mano. Quiero andar con el DNI e ir a tomar mate a la casa de algún amigo, algo que no tenés ni en España ni en Francia. Quiero volver a respirar la cultura de acá, retomar ese lugarcito que tenía antes de irme.” En principio se trata de un paseo: el quenista aún vive en Castelldefels, un paraje mediterráneo de las afueras de Cataluña, y permanecerá en el país hasta el 11 de mayo, “pero el plan es retornar definitivamente”, asegura.

–Hacía cuatro años que no venía. ¿Con qué país se encontró esta vez?

–Estoy sorprendido, porque noto un país en ebullición, excitado pero bien, ¿no? Un poco descontrolado y positivo. Claro, siempre hay un pero, algo que no anda bien, pero eso pasa acá, en Francia o en Alemania. En general, veo un crecimiento interesante que me gustaría probar como músico.

–El momento parece propicio porque hay un reverdecer de la música de raíz, tal vez mucho más pronunciado que en la época que usted emigró.

–Sí, me parece que la gente por fin se está identificando más plenamente con su propia cultura. Por eso pienso que eso que yo hacía hace veinte o treinta años no estaba en el momento oportuno y ahora sí.

–¿Qué nivel de recepción tuvo este tipo de música en los diferentes lugares donde recaló durante su nomadismo musical?

–Pienso que en todos los países, desde el más recóndito hasta el más floreciente, siempre hay un sector de la sociedad que busca el cambio: un asomo de libertad, una destrucción de estructura preestablecida... casi siempre es pequeño, por eso hay que poder encontrarlo. Intuyo, palpo que hay una demanda de libertad más grande aquí.

Desde su partida en los albores de la Argentina menemista, Cumbo ha vivido en España, Francia y un breve período en Japón, donde conoció a su actual mujer (una nipona de nombre Mayo), pero hubo un sello en el alma que jamás pudo esquivar. Se podría llamar de mil maneras, pero él lo traduce a lenguaje musical: “Siempre seguí en un viaje interno, explorando mi internalidad, mi cultura, porque yo camino en ternario, no camino en dos: camino en tres, como la zamba y la chacarera. Por eso siempre estoy en contradicciones, buscando el mejor lugar, y en este momento de mi vida creo que es acá. Total, la experiencia laboral que tuve durante todo este tiempo viviendo afuera me indica que siempre me pasa lo mismo: yo trabajo cuando alguien se enamora de mí”, se ríe.

–¿Podría ser más preciso?

(Risas.) –Ocurre cuando alguien que sabe manejar la máquina comercial me dice “vení conmigo”, voy y hago... soy un pésimo vendedor de mí mismo.

–¿Cuánto tuvo que ver para que ocurran esas posibilidades de “enamoramiento” el hecho de haber grabado un disco con Paul Simon (Live in New York, 1973)?

–Sirve, porque la gente se deslumbra cuando dice “¡tocaste con Simon!”, pero la realidad es que él no dijo: “Cumbo, qué bien tocás la flauta, vení a tocar conmigo”. La realidad fue que yo integraba Urubamba, un grupo que a él le gustaba... fue como parte de un todo, y es un gran recuerdo, porque Paul es un tipo que hay que conocer... no es un tipo fácil, no es extrovertido. Hay que estar tranquilo y esperar que se vaya mostrando, pero todas las giras que hicimos (unas 60 presentaciones) fueron muy lindas. Todo pasó de buena onda, con mucho amor e interés por compartir música sin prejuicios.

sábado, 23 de abril de 2011

EL JUSTICIERO CHA CHA CHA HOMENAJEA AL TRIO BRASILEÑO OS MUTANTES





Lo hermoso es necesariamente moderno




Las canciones psicodélicas de la banda formada por Arnaldo Baptista, Sérgio Dias y Rita Lee aparecen en el disco en versiones a cargo de Fito Páez, Café Tacuba, Martín Buscaglia, Aterciopelados y La Manzana Cromática Protoplasmática, entre otros.

Por Santiago Rial Ungaro

Si durante muchos años muchísimos argentinos viajaron a Brasil para debutar sexualmente o para simplemente liberarse y tirar la chancleta, desde hace ya un par de décadas hay dentro del inmenso mundo musical del Brasil un lugar especial para mutar: la obra musical de Os Mutantes. Seguro que la devoción de artistas como Kurt Cobain, David Byrne o Beck (que llegó incluso a titular Mutations a su disco de 1998) ayudó a señalar a la inclasificable discografía de Os Mutantes como un espacio sonoro ideal para inspirarse, aprender, robar... o simplemente mutar. Y es que si bien durante sus años de actividad (el grupo se formó en 1966) fueron a menudo ignorados en Brasil y muy poco conocidos fuera de su país, el grupo integrado por Rita Lee (voz), Sérgio Dias (guitarra y voces) y Arnaldo Baptista (bajo, teclado y voces) fue uno de los más sorprendentes y radicales de la época psicodélica, época creativa si las hubo.

Así, la aparición de El Justiciero Cha Cha Cha es, en palabras de Fito Páez (que participa en el disco con una inconfundible versión de “A Minha Menina”), “un tributo justiciero”. “Os Mutantes, hoy, gracias a la dedicación de Arthur de Faria, Humphrey Inzillo, Manuel Onis y Sandro Bello, vuelven al centro de la escena de la mano de gran parte de algunos de los más desprejuiciados artistas de esta época de todos lados de América.” El entusiasmo de Páez se comprende: en el disco hay artistas argentinos como La Manzana Cromática Protoplasmática, La Chicana, Manuel Onis, La Pequeña Orquesta Reincidentes, Rosal, Omar Giammarco, Pablo Dacal y el propio Fito, uruguayos como Martín Buscaglia, Fernando Cabrera, Ana Prada y Carlos Casacuberta, españoles como Refree y Silvia Pérez, colombianos como Asdrúbal y mexicanos como los Café Tacuba, además de colaboraciones panamericanas entre los colombianos Aterciopelados y el brasileño Sérgio Dias, y entre la folklorista argentina Liliana Herrero con el brasileño Arnaldo Antunes. No debe haber sido fácil pensar en el casting: la música de Os Mutantes –que se valieron de acoples, distorsiones y trucos del estudio de todo tipo– no es para cualquiera: la bossa nova, el rock, el pop brasileño (el trío contó con colaboraciones de Gilberto Gil, Milton Nascimento y Caetano Veloso, compañeros de aventuras en la época de la Tropicalia), la música contemporánea y lo que se le ocurriera a esta banda que desde el nombre supo desde el principio que lo suyo era la mezcla, el collage, la fusión de todas las músicas.

“No soy un fan de Os Mutantes, escucho mas a Chico y a Gil, pero representan un momento de la cultura mundial que me maravilla. Los veo muy alineados con El Kinto y con Almendra, como un momento muy poderoso y de mucha mezcla. Interpretar algo de eso para mí fue un honor”, se sincera Pablo Dacal, cuya versión de “No te vas a perder por ahí” enfatiza el lado más beat del grupo. Para Acho Estol (que junto a La Chicana hizo la “Balada del Loco” y honró la elección tocando el bajo, las guitarras, el charango, la melódica, el arpa de boca, el serrucho y la “programación” de una cajita de música), lo de Os Mutantes es, simplemente, la psicodelia: “El beat es parte de la psicodelia. Siempre sentí que en la Argentina nos habíamos salteado esa asignatura, porque en los comienzos el rock argentino era más rockero, más blusero, más básico. Y, claro, con mucha lírica. En El Kinto y en (Rubén) Rada esa psicodelia está claramente, pero acá el rock fue más austero. Creo que no alcanzó el tiempo. Se nos juntó el beat con el blues y el rock, y de repente ya estábamos en los ’70”.

Lo cierto es que de la “estética del capricho” de Os Mutantes cada artista fue eligiendo, por decantación, alguna faceta: en el disco, lo que se impone es el lado más pop de la banda. Pero si parte del mérito de El Justiciero Cha Cha Cha probablemente resida en que para muchos puede servir como puerta de entrada al extraño mundo de Os Mutantes, para algunos también será una interesante introducción a algunos de los intérpretes de estas mutaciones: tal es el caso de la Manzana Cromática Protoplasmática (unos mutantes a escala de esta era) o artistas extranjeros y a la vez cercanos, como el caso del uruguayo Martín Buscaglia, que se despachó con una interesante versión de “Beso exagerado”. Para Buscaglia, la música del combo brasileño, más que una mutación fue una “una escisión, una rama paralela con una combinación inusitada de elementos... como la fauna de Oceanía”. “Tienen un tipo de belleza que es más fascinante que literalmente disfrutable. Asusta. Como una cobra con dos cabezas, una legumbre de Chernobyl.”

Cristian Toledo, baterista de La Manzana, cree que esa rareza es una parte esencial de la música de Os Mutantes: “Ellos no buscaban tanto hacer algo bello, sino más bien raro. En el movimiento de La Manzana creo que, salvando las distancias, nos pasa algo parecido. A veces nos quejamos del quilombo que generamos, pero la verdad es que si nos pusiéramos el traje para tocar y cambiáramos eso, al final perderíamos esa gracia”. No es casual que su versión de “Ave Lucifer” sea la que le da inicio al disco: parte del encanto de este disco homenaje es comprobar que Os Mutantes es un grupo tan inimitable como inspirador. Los temas del homenaje forman parte de la primera época del grupo, que siguió tocando en los ’70 ya sin Rita Lee (que dejó el grupo en 1972), volcándose más hacia el rock sinfónico.

Acho Estol –que completó su colección de vinilos de Os Mutantes en Londres porque hay discos que ni en Brasil se consiguen– asegura que Os Mutantes “venían de la fertilidad de la bossa nova, que aún hoy sigue rindiendo”. “Y aún hoy, cuando los escuchás, sorprenden, porque que tocan muy bien, está todo muy bien arreglado. Los temas cambiaban de ritmo y cambiaban de tema, y eso estaba hecho con mucha gracia. La música de Os Mutantes tiene cierto ‘abandono’, que creo que es un aspecto fundamental de la música”, sintetiza con oído experto. “Creo que Brasil, por una combinación de circunstancias, porque en Africa capaz que están los mejores músicos del mundo y no te llega, se da un clima muy fértil para la música. Y la idea más delirante del tipo más delirante puede prender, porque hay espacio para eso.”

Claro que para entender la importancia de Os Mutantes tuvieron que pasar varias décadas. “En Brasil –asegura Estol– los conocen sólo los músicos, no es un grupo que conozca toda la gente. Incluso algunos lo relacionan con algo medio música disco por Rita Lee.” Desde Colombia, Andrea Echeverri confirma esa status de clásica-desconocida que tiene la banda: “La verdad es que no conocía mucho a Os Mutantes, porque, lastimosamente, la música brasileña que se escucha en Colombia es sólo la bossa nova más clásica, Roberto Carlos, y lo más moderno, Paralamas. Estamos tan cerca y tan lejos...” Como sea, la versión de “Vida de cachorro” que (inspirada por su embarazo) produjo junto a Sérgio Dias quedó “bien chévere”. Chéveres, extravagantes, inspiradores, bizarros, estos mutantes siguen siendo modernos. Porque, en palabras de Martín Buscaglia, “lo que es hermoso es necesariamente moderno”.

viernes, 22 de abril de 2011

LA INCREIBLE JANELLE MONAE





Viajera en trance






A los 25 años, desde su estudio en Atlanta –que, más que estudio, es una usina creativa–, Janelle Monae se ha convertido en la última gran innovadora de la música negra, con la bendición de consagrados como Prince y OutKast. Usando la metáfora del extraterrestre y el viaje en el tiempo a la manera de Sun Ra y Funkadelic para referir a la experiencia de los negros en Estados Unidos, se acaba de editar acá The ArchAndroid, un disco saludablemente excesivo y ambicioso que saluda al pasado y piensa en el futuro.


Por Martín Pérez

Los bigotes de Jack White, el peinado de la Princesa Leia y los cigarros de Fela Kuti. Apenas tres ejemplos de la inspiración que Janelle Monae –junto a sus compinches Chuck Lightning y Nate Wonder– reconocen amplia y generosamente durante cada uno de los dieciocho temas de su arrasador debut para una multinacional, un disco que contiene multitudes. Sobre todo porque las referencias se multiplican y explicitan en cada sorprendente canción: la sonrisa de Bob Marley, Ze Pequenho de Ciudad de Dios, los puños de Muhamad Ali, la capa de James Brown, el monstruo de Frankenstein y siguen las firmas. Más de un mundo, más de un universo colisiona en el saludablemente excesivo y ambicioso The ArchAndroid, dando como resultado la historia de un androide que se rebela contra las limitaciones de su tiempo. Como tantos otros artistas afro antes que ellos, desde Sun Ra hasta Funkadelic, la vida del extraterrestre o el viajero temporal es asimilada a la experiencia de la raza negra en los Estados Unidos, y es así como Janelle Monae termina siendo la encarnación de las minorías en cada una de las canciones de un disco que, junto al de Kanye West, supo arrasar en todas las encuestas del año pasado, convirtiéndola en una suerte de megaestrella en ascenso, yin negro ante el yang tan blanco de Lady Gaga, otra súbita nueva estrella del nuevo siglo que también encarna lo diferente. Con Big Boi de OutKast primero y Sean “Diddy” Combs después avalando el proyecto, más la bendición de Prince y Erykah Badu, entre otros, tanto un excesivo jopo como los trajes asexuados son la marca de fábrica de la pequeña pero explosiva Monae, que ansía crear con su arte un lugar nuevo bajo el sol. “Creo que una idea puede transformar a una nación entera”, asegura Janelle. “Porque el arte y la música son los que cambian la vida de la gente, tanto si se dan cuenta como si no”, explica la artista a quien se puede disfrutar a pleno cantando su hit “Tightrope” –tanto en el video oficial como en su explosiva aparición en el programa de Letterman, ambos accesibles a través de YouTube– en medio de su universo de blancos y negros, un detalle que, según cuenta, le permite escapar de los grises del mundo real que la rodea.

ODISEA ESPACIAL

Tal vez el primer movimiento que llevó a Janelle Monae al lugar donde se encuentra ahora haya sucedido seis años atrás, cuando fue despedida del Office Depot de Atlanta, donde trabajaba. Había llegado allí luego de renunciar a una beca para estudiar teatro musical en Nueva York, que se había ganado con una infancia creativa en Kansas. “Vivíamos con mi familia cerca del campus de la universidad, y ver pasar a los alumnos me hizo querer alcanzar esa vida de estudios”, explicó alguna vez Monae, recordando su infancia como Janelle Morrison, hija de un padre drogadicto y una familia llena de conflictos, por lo que asegura que no solía escuchar música de pequeña sino que lo que buscaba era el silencio, el refugio donde podía imaginar esos otros mundos en los que querría vivir. “Nunca usé drogas. Yo soy la droga”, asegura la artista de 25 años, que supo acceder a un programa de jóvenes dramaturgos en Kansas, el que posteriormente la llevó becada a Nueva York. Pero como se sintió –al ser la única afronorteamericana entre blanquitos– restringida en materia de roles posibles, decidió tomar el riesgo de abandonar lo que había conseguido y poner rumbo a Atlanta, donde vivió en un dormitorio comunal, empezó a tocar sus canciones y hasta grabó un disco casero que vendía a través de Internet. Contestando alguna carta de un fan en horario de trabajo fue que se ganó el despido, lo que la inspiró para componer el tema “Lettin Go”, que forma parte del compilado Got Purp Vol 2. (2005), del sello de Big Boi. Ya con Lightning y Wonder a su lado, Janelle editó luego el EP Metropolis: suite I, The Chase (2007), con el que comienza la vida de su alter ego androide, Cindy Mayweather. Con tanto el recién descubierto Fritz Lang –gracias a su amigo Lightning– como los recuerdos de infancia viendo Twilight Zone como combustible, la historia del alter ego de Janelle deslumbró a P. Diddy, que puso el dinero necesario para hacer funcionar Wondaland (el estudio y universo creativo del trío), reeditar el EP y luego grabar The ArchAndroid. “Un disco que es como una aventura épica de James Bond, pero en el espacio”, intenta explicar Monae. “Porque esa descripción reúne todas las cosas que amo: las bandas de sonido para películas como Goldfinger, discos como Music On My Mind de Stevie Wonder, Ziggy Stardust de Bowie y zapadas experimentales de hip hop como las que hay en Stankonia, de Outkast.”

ARMAS DEL FUTURO

“Creemos que las canciones son naves espaciales. Creemos que la música es el arma del futuro. Creemos que los libros son estrellas”, asegura el manifiesto que se puede leer en la página de Wondaland Arts Society, de donde parece salir la fuerza y el poder de la imaginación, tanto musical como narrativa, que hay detrás de un objeto artístico como The ArchAndroid. Ubicado en los suburbios más convencionales de Atlanta, Wondaland ha sido descripto como un dúplex con viejas máquinas de pochoclo, relojes a lo Dalí en las paredes (“Son para los viajeros en el tiempo”, asegura Janelle) y tanto libros de negocios como novelas de Zadie Smith o Junot Díaz. De allí es de donde salen los proyectos para llevar la historia de Cindy al cómic o hacer de cada tema del disco un video, y donde complotan sus integrantes, de los cuales el más expresivo parece ser Chuck Lightning, que el año pasado compiló un fascinante disco sobre la actualidad de la música negra para la revista The Believer, de Dave Eggers, del que participaron artistas afines al proyecto, como Of Montreal, Saul Williams o Cody Chesnutt, entre otros. “Aquí en Wondaland nos llamamos a nosotros mismos thrivals, artistas que no se preocupan por raza o género, y escribimos manifiestos bajo la forma de canciones para bailar”, escribió Lightning, que junto a Nate Wonder forma el dúo Deep Cotton, aún sin disco debut. Discutiendo sobre el valor real de tener a un afronorteamericano como presidente de los Estados Unidos, un entusiasta Lightning aseguraba: “Tal vez, más que ninguna otra cosa, nos ha dado a los artistas el derecho de creer que, aun cuando la radio no la transmita, y la televisión no la televise, la revolución es real, ya que las masas se están armando con auriculares, bailando y prestando atención”. Y ese es el espíritu que moviliza a una artista como Janelle Monae, que dice usar uniformes en el escenario como homenaje a sus familiares, que fueron porteros o carteros y también usaron uniformes. “Quiero demostrar que no hay una sola forma de ser mujer en el negocio de la música”, asegura la pequeña Janelle, que cuenta que antes las revistas querían ser las primeras en vestirla con vestido y tacos. Pero ahora Vogue la llama para que luzca su femineidad en smoking. Como asegura en el contagioso “Cold War”, poderoso y emocionante desde el flamante video que la presenta como una nueva Sinead O’Connor: “Esto es una guerra fría/ mejor que sepas por lo que estás peleando”. Janelle y los suyos lo tienen bien claro. Y por eso es que ponen a la música bien adelante.

LAURA MARLING, LA ESTRELLA DEL FOLK BRITANICO LLEGA A BUENOS AIRES.





Una muchacha y una guitarra










Por Mariana Enriquez

Creció en uno de los pueblos más ricos de Inglaterra, Eversley, con sus románticos estanques, cielos grises, verde musgo y las hermosas orillas del río Blackwater. Tuvo, ella misma lo dice, una niñez protegida y cálida en una casa llena de música y libros, tanto que soñaba con ser un personaje en una novela de Jane Austen. “Aunque probablemente vivir siempre encerrada en casa terminaría siendo opresivo... No sé, solía soñar con esa época, y cómo se hacían las cosas entonces.” Algo de esa existencia privilegiada empezó a molestarle a Laura Marling cuando era apenas una adolescente de 15 años. Dejó el colegio secundario, subió a su perfil de MySpace canciones folk serias y maduras que no mencionaban clubes, ni bailar, apenas chicos, y sólo con una hipermadura tristeza. Un año más tarde, en 2006, ya estaba en Londres y tocaba en la calle cuando no la dejaban entrar a sus propios shows por ser menor de edad. Incluso era un nombre conocido en la escena folk inglesa, que vive otro revival: fue parte de la primera formación de Noah and the Whales, colabora en vivo y en los discos con Mumford & Sons, pero siempre supo que era una compositora destinada a una carrera solista. En 2007 editó Alas, I Cannot Swin, un disco hermoso, pero sobre todo prometedor, excitante, misterioso. Ella misma era un enigma: una chica aristocrática, pálida como un fantasma victoriano, extrañamente hermosa y frágil, tan tímida que resultaba doloroso verla tocar y más aún intentar que diera entrevistas. El año pasado, a los 20 años, Laura Marling editó I Speak Because I Can, abandonó el rubio ceniza de sus comienzos y logró desprenderse de la timidez adolescente. “Me costó –cuenta–, pero me di cuenta de que es parte de ser una persona agradable. No es amable estar callada y ser hosca. También me dio miedo. No quería ser un clon femenino y contemporáneo de Nick Drake, que era dolorosamente tímido. Creo que murió de timidez.” En 2010 se la vio radiante y etérea ganando el Brit Award a la mejor cantante femenina, de blanco y sonriente. Hace poco grabó “The Needle and the Damage Done” de Neil Young con producción de Jack White, el hombre que mejor sabe encontrar el verdadero talento.

I Speak Because I Can tiene canciones sobre el amor y la muerte, terrenos habituales del folk que suenan nuevos en la voz de Laura, con un dejo de Fiona Apple, pero menos dramatismo, menos enojo y dolor, una tristeza lluviosa, contenida, inglesa. Escribe sobre llamadas no respondidas y paseos en bicicleta al mar nunca realizados (en la canción del título), cita y se inspira en cartas que mujeres les escribieron a sus esposos soldados durante la Segunda Guerra Mundial (“What He Wrote”), sube el ritmo y se escuchan sus risas en “Nature of Dust” o escribe una de las canciones más hermosas que hayan sonado últimamente, “Ramblin’ Man”: “Es gracioso cómo las primeras notas que llegan son las menores, que vienen a serenarte / Es difícil aceptar que una es alguien que no desea / Alguien que no quiere ser”. Laura Marling se deja influenciar por Joni Mitchell, Led Zeppelin, Townes van Zandt, Neil Young, Kate & Anna McGarrigle, Nick Drake, y mezcla todo con su propia voz de adolescente independiente y aristocrática, que quiere huir de ese nido protector y al mismo tiempo tiene miedo, entonces fuma y se malhumora y escribe sobre el amor y el miedo –“hace horas que trato de entender por qué me siento triste”– y las ganas de morir en Inglaterra y ser enterrada bajo la nieve (“Goodbye England, Covered in Snow”).

Laura Marling va a tocar en Buenos Aires el primer día del Quilmes Rock, el 19 de mayo. El mismo día que Jack Johnson, que cierra la noche. Johnson no importa, será olvidable: hay que ver a Laura, es ella la candidata a trascender. Basta chequear sus videos en vivo en YouTube para entender que su lugar es el escenario y la guitarra, basta escuchar sus graciosas y secas historias entre tema y tema, sus comentarios encantadores e irónicos. Ya es una artista impresionante y tiene tantos años para ser todavía mejor que pensarlo da vértigo.

jueves, 21 de abril de 2011

JEREMY GARA BATERISTA DE ARCADE FIRE: “Nunca hubo otro grupo parecido a U2”




El baterista del grupo canadiense está presentando The Suburbs, que promete convertir a la banda en la primera esperanza indie masiva.






Por Yumber Vera Rojas

Muchos escenarios alteraron la vida de los integrantes de Arcade Fire desde que la banda canadiense vio la luz en el retoño del decenio anterior: como los fallecimientos de familiares que inspiraron la grabación de su fabuloso primer disco, Funeral (2004), el acercamiento y devoción de David Bowie hacia la agrupación o aparecer en la tapa de la revista Time junto a la proclama de “responsables de colocar a la escena musical de su país en el mapa del rock”. No obstante, todavía parecieran ser indiferentes al batacazo que dieron en la última entrega de los Grammy, celebrada en febrero y donde se alzaron en la categoría “Mejor álbum del año”, dejando en el camino a Eminem, Kate Perry y Lady Gaga. “Nos lo pasamos muy bien esa noche, más si tomamos en cuenta que no esperábamos ganar ese premio. Pero seguimos llevando una vida normal: ensayamos, vamos al supermercado, hacemos lo mismo de todos los días”, expone entre risas el baterista del grupo, Jeremy Gara, al otro lado del teléfono. “Quizás el cambio lo palparemos en la próxima gira, cuando el público que no nos conoce venga a nuestros recitales.”

The Suburbs es el nombre de su nuevo disco, el que desató el espasmo que amenaza con transformar al combinado de Montreal en el primer conjunto masivo de la última generación del indie. Incluso la tercera producción de Arcade Fire consiguió ese Grammy que le fue esquivo a OK Computer en 1998 –el álbum que tornó a Radiohead en la más reciente de las súper bandas– y que podría empezar a perfilarlo como el próximo U2, continuando con el afán de empujarlo hacia la selecta elite. Y todo a partir de su predisposición para la filantropía, de sus emocionantes recitales y de esa maravillosa alquimia para elucubrar canciones rebalsadas de mística y encauzadas a volcarse en himnos. De hecho, el cuarteto irlandés develó su tour de 2005 con el tema Wake Up, incluido en el trabajo debut de los canadienses, y hasta los invitó a abrir tres shows. “Nunca habrá otro grupo parecido a U2”, asegura Gara. “A pesar de que sentimos un gran respeto por ellos, musical y performáticamente hacemos lo que sabemos y de la mejor forma. De manera que transitamos un camino diferente al de una agrupación de semejante envergadura.”

Si bien es cierto que Win Butler –líder del conjunto– no es Bono, su carisma, teatralidad lírica y ahínco por hacer de los temas de su agrupación una acequia por la que mana la crítica social, lo convirtieron en el nuevo icono del rock. Por eso The Suburbs es una estupenda vitrina para conocer la transparencia de las buenas intenciones de este héroe del indie, pues a través de una propuesta conceptual el vocalista de Arcade Fire (originario de los Estados Unidos) comparte en este disco su infancia, al lado de su hermano William –asimismo miembro de la agrupación–, en la periferia de la ciudad de Houston. “Somos un grupo pasional, y parte de ese costado está implícito en las letras. Debido a esto, el desarrollo del armado del repertorio fue complicado. Por decantación quedaron las canciones que están”, explica el baterista acerca del proceso de producción del trabajo menos orquestal y más folk de la voluminosa formación canadiense. “La primera parte de The Suburbs posiblemente sea muy afín a Funeral, pero el resto no se parece a nada que hayamos hecho antes. Intentamos no repetirnos.”

Aparte de tres cortes promocionales que se entrevén como polaroids retrofuturistas de la vida en el suburbio, del tercer disco de Arcade Fire se desprendió un cortometraje dirigido por Spike Jonze (ex de Sofia Coppola, co-creador de Jackass, realizador del film ¿Quieres ser John Malkovich? y director de videoclips), Scenes From The Suburbs, estrenado en la última Berlinale y exhibido luego en el South by Southwest. “Aunque la gente piense que somos famosos, no contamos con presupuesto para rodar videos de canciones de tres minutos. Debido a que conocíamos a Spike, la idea fue hacer un registro audiovisual para todo el álbum.” También se especuló con que el septeto grabaría un DVD junto a músicos de Haití, llevado adelante por la fotógrafa Leah Gordon. “No sabemos de dónde salió eso”, expeditaba el muchacho tras los tambores durante este nota. Sin embargo, días después, el grupo en el que participa la vocalista y acordeonista Régine Chassagne, esposa de Win e hija de inmigrantes haitianos, ofreció un concierto sorpresa en el Hotel Oloffson de Puerto Príncipe y donó un millón de dólares para la reconstrucción del país.

Jeremy Gara ingresó en la banda poco antes de que ésta saliera de gira para presentar Funeral, luego de deambular por la escena slowcore con Kepler y por la de math rock con Weights. Desde entonces se reveló como una de las adquisiciones más importantes de Arcade Fire, no sólo por su porte musical sino por esa personalidad desparpajada que paulatinamente lo llevó a atender buena parte del calendario de entrevistas del grupo. De brazos tatuados, el baterista, que el año pasado colaboró en Heartland, el más reciente disco de su compatriota Owen Pallet, confiesa que su participación en las grabaciones es básicamente funcional a las necesidades establecidas. “Imaginate que hubo dos canciones de The Suburbs que nacieron de una batería electrónica.” Sobre el conato de estreno del conjunto del que forma parte a comienzos de este año, y la reprogramación de esta fecha, el músico nacido en Ontario explica: “No funcionamos de manera sistemática. Siempre estamos con grabaciones y ensayos. Si hay una gira, la hacemos y listo. Esperamos visitar la Argentina pronto. Ya veremos cómo”.

TED DWANE BATERISTA DE MUMFORD AND SONGS: “No tenemos demasiadas pretensiones”




El sonido de Mumford & Sons refleja el peso de bandas estadounidenses de la categoría de Crosby, Stills, Nash & Young. Presentan Sigh No More.





Por Yumber Vera Rojas

Salvo “Country” Winston Marshall, el resto de los músicos que componen Mumford & Sons tocan la batería en la banda. Y en general todos son multiinstrumentistas y vocalistas. Fue seguramente la ruta la que los invistió con el don de la pluralidad, pues antes de pegarla al techo en el último año, el cuarteto recorrió de punta a punta su Inglaterra natal. “Tocamos con muchas bandas como soporte en Londres y otras ciudades, y a partir de eso fuimos dándole forma al grupo y empezamos a componer nuestras propias canciones”, evoca Ted Dwane, integrante del cuarteto parido en 2007, vía telefónica desde la capital inglesa. A contracorriente de las algaradas indie y dance que parecen haber acaparado todo el espectro y el dial británico, el conjunto ideado por Marcus Mumford acaba de abrazar la notoriedad al son del folk. “En Inglaterra existe una cierta comunidad entre los colegas. Tenemos amigos que van a raves, y sin embargo pueden estar dentro de la escena. No nos sentimos extraños. No es que tocamos un género que murió sino que es la continuidad de algo que se mantiene, pero que tiene menos lugar en la prensa. El folk estuvo vivo a lo largo de los años, y esto es una continuación.”

Pero el sonido de Mumford & Sons refleja más el peso de bandas estadounidenses de la categoría de Crosby, Stills, Nash & Young, que de exponentes históricos de la movida inglesa como Donovan o Fairpot Convention. “Escuchamos a todas esas bandas”, afirma Dwane. “Sin lugar a dudas, en algún punto, si vos creciste en Inglaterra no podés no haber escuchado a Crosby, Stills, Nash & Young. Pero, a pesar de eso, creo que el espectro de las influencias que tenemos es más grande. Nos gustan también el country y el jazz. Así que no sólo nos remitimos al folk. Oímos de todo. Hoy en día es muy fácil lograr una propuesta similar a la nuestra, más si estamos tocando y si podemos consumir a muchas bandas.” Esa edulcorada hibridez emparienta al cuarteto con formaciones norteamericanas del semblante de King of Leon, Fleet Foxes o Local Natives, todas ellas ajenas a la extravagancia de cantautores contemporáneos del talante de Devendra Banhart. “Me parece que lo que nos aúna es una cuestión generacional. Disfrutamos de los mismos artistas, y eso creo que se nota.”

Quizás esa textura musical fue la que dejó tan atónito a Bob Dylan, quien no dudó en confirmar su fanatismo por la banda desde que apareció en las bateas su disco debut en 2009, y hasta pedir que le sirvieran de soporte en la pasada entrega de los premios Grammy. “No sabemos bien si fue Dylan o los organizadores del evento los que impulsaron ese cruce generacional (los británicos interpretaron esa noche la canción The Cave)”, especula escéptico Ted, a semanas de que compartiera ese momento de gloria con la otra agrupación convocada para actuar con “Mr. Tambourine Man” en la gala, los estadounidenses The Avett Brothers. “La única realidad es que tocamos con él. Nos llamaron una semana antes para avisarnos, y ciertamente es un honor que un artista de esa magnitud sea seguidor de nuestra música. Si bien somos una agrupación que hemos hecho unas cuantas grabaciones y tocamos en un sinnúmero de lugares, no tenemos demasiadas pretensiones. No somos ambiciosos. Encima, saber que cada tanto lo que hacemos está bien, y que lo diga nada menos que Dylan, es sin duda un gran cumplido para nosotros.”

Después de esa aparición en la televisión, las ventas de su disco de estreno Sigh No More (2009), recién editado en la Argentina, se dispararon alrededor del mundo. Así que la edición 53ª del galardón que anualmente entrega la Academia Nacional de Grabación de Artes y Ciencias de los Estados Unidos, donde además estuvieron nominados en las categorías “Mejor artista nuevo” y “Mejor canción de rock”, no sólo fue memorable para Arcade Fire, con quienes Mumford & Sons comparten productor. “No lo planeamos de esa manera”, manifiesta el multiinstrumentista. “Tuvimos varias entrevistas hasta que nos encontramos en un coffee shop con Marcus Dravs, productor de nuestro primer larga duración (también de The Suburbs de Arcade Fire, y colaborador de Coldplay, Björk y Brian Eno), y automáticamente vibramos en la misma frecuencia. Lo que él nos brindó fue la posibilidad de empezar a pensar en sonar en las radios. Generar un material que pudiera brindar ese costado que nunca tuvimos en cuenta, porque les prestamos más atención a las giras o a los shows en vivo. Fue una gran experiencia haber trabajando con él.”

Aunque ya se encuentran trabajando en su nuevo larga duración, cuyos temas los están poniendo a prueba en los shows que están ofreciendo en este momento en Estados Unidos, el raudo éxito que saborea el cuarteto descubrió una breve discografía que curiosamente ha tenido en el EP su principal formato. “En la época en que nos abocamos al EP, formábamos parte de otro sello discográfico. Y como tocábamos todo el tiempo, nos gustaba la propuesta de grabar discos de corta duración y luego seguir de gira”, recuerda Ted Dwane. “En algún momento nos sedujo profundamente la idea de editar producciones nada más que en ese formato. Y de pronto surgió la posibilidad de sacar un larga duración. Se dio así, no lo planeamos. Encarar un álbum es otro tipo de proyecto.” Conformado por instrumentistas ávidos por la lectura, a Mumford & Sons se le ocurrió rescatar nada menos que a Shakespeare en la era de las redes sociales. “Si bien tenemos un gran respeto por Shakespeare, y su obra predomina a la hora de componer, la mayoría de nuestras canciones están basadas en lo que nos tocó vivir.”

miércoles, 20 de abril de 2011

SPINETTA: TICHER DE LUZ, EL LIBRO DE MIGUEL ANGEL DENTE QUE REVELA DATOS DESCONOCIDOS



Todos los caminos del universo Spinetta

En su libro, el autor uruguayo hace un recorrido exhaustivo por la obra de Luis Alberto, tanto como para revelar detalles que ni el fan más acérrimo atesora, como los monedazos que recibió por el pecado de cerrar un festival de 1977 con una zamba.



Por Cristian Vitale

Son muchas las veces que Luis Alberto Spinetta nombra la palabra Dios en sus canciones. Tal vez adrede, Miguel Angel Dente omite alguna que es increíble (“Dios quiere ser el viento y así ya no sentir más frío”, en “El Marcapiel”, Téster de violencia, 1988), pero le pone la lupa al nutrido resto: “Suspensión” o “Pleamar de Aguilas”, de Invisible; “La verdad de las grullas”, “Bolsodios” o “Verde Bosque”, salpicadas entre sus diferentes etapas solistas y varias más. Lo mismo hace, más preciso, con otros tópicos recurrentes dentro del extenso y riquísimo corpus poético del Flaco: la memoria, el sueño y el olvido, la soledad de los individuos en la gran urbe, amor, rayo, alma... pero tal vez ninguna palabra, como vocablo o concepto, se repita más en su obra que luz.

Dente, montevideano, diseñador gráfico y tozudo investigador, expone todas las frases que la contienen (77 en total) y el nombre de su libro cae de maduro: Tícher de Luz. “Desde hace más de 40 años, Spinetta persigue la luz”, escribe él, total y convencido, en el track doce de un trabajo exhaustivo, sistemático, que resume, mensura, reordena y compila una historia artística: 37 discos propios, 94 que incluyen canciones o intervenciones suyas, 368 canciones editadas (41 con Almendra, 34 con Pescado Rabioso, 25 con Invisible, 36 con Spinetta Jade, 58 con Los Socios del Desierto, 150 como solista y otras 24 “no incluidas en su discografía” y un puñado de inéditos que muchos, incluso acérrimos, desconocían: “Los espacios amados” o “Bahiana Split”, ambos en el banco de suplentes eterno de A 18 minutos del sol. O “Suave Lumedana” y “Ya es el momento”, descartados de De-satormentándonos. Dente enmarca su investigación para melómanos bajo la sintomática unión de dos mojones cronológicos (Del payaso que llora en la tapa de Almendra al Gardel de oro que le sonríe) y acierta al desmarcarse de temáticas que han desarrollado otros “escritores spinetteanos”. Del buceo hacia el fondo de las letras que han hecho Eduardo Berti (Crónica e iluminaciones) o Juan Carlos Diez (Martropia), por caso. Su centro es hacia fuera. Es un racconto de datos y comentarios sobre edición de discos, conciertos, hechos curiosos, testimonios de y para el Flaco, más un reportaje dado por el protagonista al autor, que opera como guía de introducción a cada track o capítulo.

Es en este margen que da la salvedad donde Dente, también autor del libro Transgresores, muestra los dientes. Es este hueco el que lo “salva” de meterse en los laberintos poéticos del hombre de Belgrano y le deja campo libre para, por ejemplo, revelar que existe una calle en El Tapatá (barrio al oeste de Neuquén) que se llama Maestro Luis Alberto Spinetta. Que hay un cuaderno Avon, con espiral, donde figuran todas las letras de los temas que Almendra nunca grabó; que esa banda primigenia cerraba algunos shows con el vals “Desde el alma”; que Cacho Castaña, Sergio Denis y Carlos Bisso quisieron destruir “Muchacha” pero no pudieron; que el controvertido Spinettalandia y sus amigos se iba a llamar La música que toca cualquiera; que Spinetta fue la tapa del único número de la revista Rolanroc (está el facsímil); que duerme cuatro horas por día, o que no sólo le tiraron monedas cuando fue telonero de Rod Stewart en River el día que mandó “chicos, guarden las monedas que se viene la inflación” (1989): también lo monedearon cuando se le dio por hacer una zamba en un festival en 1977, en el Club Hípico.

Hay recortes, también, que cierta “obsecuencia protectora” tal vez soslaye, y que el autor recuerda sin golpes bajos. Por caso, cuando Spinetta le respondió a su hermano del alma (Emilio del Guercio) grabando una cortina musical para la Rock & Pop sobre la base de “Camafeo”, cuando el ex Almendra y Aquelarre había firmado una solicitada que rechazaba la participación de músicos extranjeros en el festival organizado por la emisora en 1985. O comentarios poco felices sobre el Flaco como el de Federico Moura que, en los antípodas de León Gieco, se refirió al regreso de Almendra en 1979 como “el producto de una intención que no me parece buena porque acá se mira muy para atrás”. También se recrean opiniones jugadas del Flaco comparando a los Babasónicos con el Club del Clan (Rolling Stone, 2008) o el rescate que el vate de Arribeños hace de La Renga en el libro Mi rock perdido: “Tengo bastante respeto por La Renga (...) Los rescato porque son rockers y me gusta el cantante, siempre me gustó cómo toca la viola y cómo suena la banda”. Tícher de Luz no pretende ser una historiografía. Tampoco una fuga al detalle en un universo pleno de bellos detalles como es el de este artista único. Es una guía orientadora y bien trabajada: un mapa para seguir encontrando su corazón.

lunes, 18 de abril de 2011

RECITAL DE NO TE VA GUSTAR EN EL LUNA PARK





Romance rioplatense







Por Matías Córdoba

El crecimiento multitudinario de No Te Va Gustar y La Vela Puerca (las dos bandas uruguayas con mayor proyección popular en la Argentina de los últimos diez años) podría corresponderse con la merma y la baja frecuencia que tuvieron los recitales de los grupos de rock más convocantes de la Argentina. Esa podría ser una de las razones del crecimiento multiplicado que arrastran los grupos. Pero esta hipótesis debe ser sostenida con buenas canciones. O, por lo menos, con canciones que se adhieran y se hagan carne en el público. Y eso se supone que les ocurre a los miles de seguidores que fueron durante todo el fin de semana y volverán a ir hoy al estadio Luna Park, en la cuarta y última función de la presentación oficial de Por lo menos hoy, el último disco de estudio de No Te Va Gustar.

Esa argentinización del rock uruguayo posibilitó que otros grupos del otro lado del Río de la Plata arribaran con sus canciones al hombro. Los integrantes de Cursi, otra banda oriental, lo reconocieron el año pasado ante este mismo diario. “El público nos hace sentir argentinos”, dijeron. Es por eso que se percibe cierta épica barrial, recuperada de los shows de Los Piojos y de Bersuit Vergarabat, en los recitales de No Te Va Gustar. En el plano musical, el grupo encontró, a través de los años, la que para ellos es la mejor fórmula: las canciones llevan consigo un mensaje. Algunas pueden estar atravesadas por las palabras de Eduardo Galeano; otras, por las de Mario Benedetti. Y siempre procesadas en una licuadora de estilos y subgéneros diversos.

Para la grabación de Por lo menos hoy, decidieron contar con la ayuda de Juanchi Baleirón –hombre fuerte de los últimos años en términos de producción artística–, para darle una vuelta de tuerca al sonido del grupo. Lograron, a pesar de los cambios que puede aportar un productor, sonar distintos pero sin traicionar las raíces: en el Luna Park, las canciones nuevas fueron cantadas por todos como si fueran viejos clásicos. Los NTVG redefinen paso a paso su concepto de recital de rock. Aquí no hay pompa ni artificios espectaculares: sólo un grupo de muchachos tocando rock, que a veces se le anima a una chacarera, un reggae o un intento de cumbia apta para todo público. A la gente parece no alcanzarle dos horas y media de show. Suenan como una bola de ruido expandiéndose por todo el perímetro del estadio y, en las versiones más serenas (“Memorias del olvido”, por ejemplo), Emiliano Brancciari consigue aportar al espectáculo lo mejor de él: una voz tan sosegada que apabulla. No se observa en el cantante algún rasgo mesiánico. Tampoco hay grandes mensajes o discursos preparados. Están las canciones y unas pantallas flanqueando el escenario. Y todos los integrantes (son nueve) apiñados sobre las tablas. Suenan “Fuera de control”, “Chau” y “Al vacío” (que son las encargadas de abrir esta serie de cuatro Luna Park repletos). El mismo Brancciari se encarga de explicar que la lista de temas va cambiando entre recital y recital; pero que hay algunas que deben tocar siempre: “Verte reír” o “Adiós”, por ejemplo.

Los músicos invitados son amigos. Juanchi Baleirón (“Tu defecto es el mío”), Martín “Mosca” Lorenzo, percusionista de Los Auténticos Decadentes, Germán “Cóndor” Sbarbatti y Daniel Suárez, cantantes de Bersuit Vergarabat (“Clara”). Lo más fuerte que tiene NTVG es el ensamble que conforma el martilleo de la batería con la solidez de los instrumentos de viento. Y encaran algunas canciones a tres guitarras, con una base de percusión notable. Otro punto a favor: el enlace de “Te voy a llevar” con la versión de “Todo un palo”, de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, que sirve como epílogo y declaración de principios.